ALFA – ALFA se levantó esa mañana.
Se lavó la cara con agua de orquídeas, y salió de su recámara en su bata color bordeaux.
- Consuelo…
Nadie respondió.
- ¡Consuelo! – levantó un poco más la voz.
Nada.
-¡¡Consuelo!! – un poco más alto, casi gritando.
Nada, sólo unos perros ladraron a lo lejos, fuera del dominio de la Maison Alfa – Alfa.
- ¡¡¡CONSUELOOO!!!- ahora sí gritaba.
La empleada bajó las escaleras a toda prisa.
- Disculpe, señor… estaba en el ala este de la Maison, limpiando la tapicería.
- Consuelo, no le pago para que me de excusas. Quiero mi desayuno, mi café vienés, mis huevos pogé, y mi jamón ahumado español.
- Enseguida, Milord.
Y Consuelo, humana deshumanizada, preparó el exótico desayuno para su insoportable patrón.
Mientras, Alfa – Alfa leía el diario: The New York Times, The Economist, Miami Herald, eran infaltables en la mesa.
Alfa – Alfa saboreó con cara de insatisfacción el café, los huevos, y el jamón, y se aprontó para concurrir a la Universidad, para dar una conferencia en el área de su especialidad: Cátedra en Moral y Buenas Costumbres.
En un último afán de excelencia, se coloca unos gemelos de oro en su corbata, mira al espejo que perteneció a sus antepasados, mete la barriga, que luego esconde tras el saco, y piensa para sí:
- ¡Excelente! ¿Cuántas alumnas veinteañeras en minifalda habrá este año?
Se sube a su Rolls Royce, mientras el mayordomo le abre la reja principal.
Consuelo en la cocina, toma el trapo fregador y el lampazo, y se dice a sus adentros:
- ¡Qué difícil la vida del Señor Alfalfa!
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